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Fotobordado: El arte de intervenir un retrato

La paraguaya Raquel Rivaldi se considera una “obrera del fotobordado”, una práctica creativa que utiliza la imagen como lienzo para aplicar diversas técnicas y texturas vinculadas al acto de tejer.

Texto: Micaela Cattáneo 

Raquel Rivaldi en un retrato propio intervenido por ella misma.

“Para mí, bordar es un acto de rebeldía”, confiesa Raquel Rivaldi. Ella, criada por mujeres que tenían amplios conocimientos sobre corte y confección, eligió esta práctica como pasatiempo pese a los reiterados pedidos de su familia de que no lo hiciera. “Históricamente, el bordado era utilizado para domesticar a las mujeres”, explica sobre el porqué de aquella insistencia. “Pero cuando se trata de un deseo propio, es un acto de rebeldía”, remarca.

Su desobediencia la llevó a explorar el mundo textil, a descubrir cómo se desenvolvía tejiendo, y en medio de esa búsqueda, hace un punto cruz con la fotografía, a la cual empieza a aproximarse en sus años de estudiante de antropología. “Realizaba prácticas etnográficas que requerían de un registro visual y no me sentía hábil haciendo fotos”, cuenta.

Tímidamente, ambas aficiones empiezan a encontrar puntos en común en sus manos, a través de sus retratos de textiles o fotos conceptuales sobre bordado. Sin embargo, consolida esta fusión cuando participa de un taller de fotobordado con Sofía Ruiz, una fotógrafa que aborda ambas prácticas desde las ciencias sociales. “Me sentí identificada con ella”, revela. 

Tras habitar este espacio de formación, sale a bordar con sus compañeras en espacios públicos. Organizan algunos encuentros, pero luego cada una sigue su camino. En su constante búsqueda, ingresa al colectivo fotográfico El Ojo Salvaje y, desde entonces, no deja de profundizar en el fotobordado. “Estudié también con Mayra Biajante y ahora estoy participando de un laboratorio virtual con Marina Cerruti, una argentina que trabaja con archivo”, señala.

Una vez inmersa en la teoría y la práctica, Raquel comenzó a dar talleres en entornos comunitarios, en actividades que convocaban a personas de diversas edades y grupos sociales. De esta manera, llevó la experiencia del fotobordado al barrio Loma San Jerónimo, Callecultura y Arte al Parque (los sábados en el Parque Caballero).

“Me gusta sacar el tejido a la calle. Como país tenemos mucha cercanía al bordado, sin embargo, hay una visión que lo ubica sólo como una práctica reservada para mujeres mayores y que residen en el interior. Entonces, llevar el textil a un contexto urbano, sacarlo de su territorio tradicional, de alguna manera, democratiza el acto de tejer”, declara.

Una identidad vívida

El fotobordado llevado a cabo por Raquel y las colegas con las cuales se formó tiene una cuota de pionerismo, ya que no existen muchos antecedentes sobre el tema en Paraguay. “Sí hay gente que utilizó el textil para hacer intervenciones, pero no como una práctica sistemática”, detalla Rivaldi. 

“Yo solo intervengo mis fotografías o imágenes de archivo. Trabajar con archivo complejiza la práctica del bordado. Ahora me dieron un lote de fotos de 120 años de antigüedad y me genera ansiedad porque siempre intervine copias. Por primera vez, haré perforaciones en retratos originales”, comenta. 

Y añade: “Lo interesante es que podés construir un relato sobre las imágenes hechas a partir de la intervención, es decir podés poner una capa de significado completamente nuevo a las fotografías”.

Bordar sobre papel fotográfico es un desafío, pero a la vez es un ejercicio que rompe con las ideas que, históricamente, atravesaron a la práctica. “Como no es tela, ropa o algo típicamente artesanal, algunos hombres se animan a experimentarla. Mi interés en conectar el lenguaje de la fotografía y el bordado es cuestionar la construcción en torno al género”, expresa.

Con sus primeros fotobordados, tejiendo sobre imágenes de grandes mujeres de la historia universal, descubrió que había una simbología floral en la forma de retratar a las mujeres. “Cuando empecé a buscar fotos de hombres con flores, no encontré casi nada o las que aparecían tenían otro sentido”, detalla. 

Ante este hallazgo, decide trabajar sobre retratos masculinos, bordando flores grandes en sus rostros para jugar con la idea de la representación floral. “Entre estas fotos, me consiguieron una de Stroessner, a la cual bordé una planta carnívora para cargar con un elemento asociado a lo más depredador de la naturaleza vegetal”, indica.

En su forma de plantear el bordado sobre fotografía no solo está presente ese espíritu rebelde que la encaminó a esta práctica, sino también su conexión con lo antropológico. “No explícitamente, pero sí en la metodología que uso para acercarme a los proyectos; la manera de construir significados y la curiosidad que me lleva a reflexionar sobre lo cotidiano del acto de tejer”, opina. 

“Me gusta usar colores fuertes y abarcar todo el espacio de la fotografía”, destaca sobre las elecciones que la definen en la práctica. Su expresión personal, hoy, es además un territorio colectivo, donde enseña a construir nuevas escenas desde la libertad y la creatividad. En noviembre, realizará talleres en el marco de la Feria Internacional del Libro Fotográfico Autoral. Más información en su Instagram: @bordadorra

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