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Ricardo Bofill: A través de sus espacios

Desde sus inicios, el arquitecto barcelonés buscó proyectar formas que conectaran con el pasado y a su vez se amoldaran a la cultura y contexto de un lugar. Su reciente partida deja un vacío en el mundo de la arquitectura, por eso lo recordamos a través de los espacios que lo convirtieron en un referente del rubro.

Por: Micaela Cattáneo

Fotos: Gentileza RBTA


Para Ricardo Bofill lo más importante en la arquitectura era la organización del espacio. La suya, considerada posmoderna, no pregonaba un estilo en particular, y era más bien cambiante. Él pensaba que no se podía hacer siempre lo mismo, porque todo escenario era distinto. Por eso, también, se expresaba con lenguajes diferentes, apuntando siempre a “ser nuevo”, como bien lo manifestaba en vida. 

Desde sus comienzos en la profesión, la historia ha sido un aspecto recurrente en sus obras. Y aunque no lo veía de esa manera, incluso la propia fue influencia. Creció en una casa burguesa, moderna y cómoda, pero con el fondo de una Cataluña que, en ese momento, representaba todo lo contrario. 

Ahí pensó por primera vez en la arquitectura como opción. Se sentía atrapado en un suburbio; alejado del contexto social y político de la época. Y quería cambiar esa realidad. Siendo muy joven empezó a construir obras en compañía de su padre, también arquitecto. Pero ni bien pudo, partió, convencido de que sus sueños estaban en otro lugar. 

O quizás, en varios otros lugares. 


La Muralla Roja. Calpe, España. 1973.

Se concebía nómada, un viajero y defensor de las libertades personales. Vivió mucho tiempo afuera, principalmente en Francia, luego de que la universidad le develara sus ganas de habitar el mundo, y de cambiarlo, en algún punto. Sin embargo, la sabiduría que adquirió con los años le demostró que eso no estaba en sus manos. 

Estudió Arquitectura en la Escuela de Barcelona pero lo expulsaron por su activismo político. Terminó su carrera en la Escuela de Ginebra. Y aunque luego dejó en claro que la academia no lo interpelaba a la hora de crear una obra, le abrió terreno para expresarse con los suyos.

Con la fundación de su Taller de Arquitectura a principios de los años 60, evidenció cuál era su objetivo: hacer cosas fuera de lo común. Unió a sociólogos, ingenieros, urbanistas, escritores, músicos, fotógrafos, filósofos y otros arquitectos para materializar la idea de que la arquitectura sola, sin el brazo de otras disciplinas, no tenía sentido. Eso se vio reflejado no solo en los proyectos del equipo, sino también en los metros cuadrados que le dieron forma al estudio. 


Terminal 1, Aeropuerto de Barcelona, España. 2010.

El Taller se cimentó sobre los antiguos silos de la fábrica cementera Sansón, en la localidad de Sant Just Desvern, Barcelona. Allí vivió y trabajó hasta antes de su partida de este mundo. Era su hogar y su lugar de trabajo por excelencia. Desde este universo, donde convivía con imágenes que le recordaban a la época industrial, creó los cientos de proyectos que llevan su nombre. La Fábrica - como la llamaba - era y seguirá siendo el testimonio físico de lo que para él tenía que ser toda arquitectura: un monumento. 

Por eso, construyó a gran escala: desde el particular edificio de viviendas sociales Walden 7 y la trascendente La Muralla Roja hasta la atípica nueva terminal del Aeropuerto de Barcelona y el impactante W Hotel Barcelona. Todas sus obras hablaban en voz alta. 

Incluso, las que montó fuera de España: La Maison d’Abraxas, Les Temples du Lac, Les Colonnes de Saint-Christophe, etc., en París; el Aoyama Palacio en Tokyo; Leningrad en San Petersburgo; el rascacielos 77 West Wacker Drive en Chicago, entre muchas otras que forman parte de su lista internacional. 


Viviendas sociales Walden 7. Barcelona, España. 1975.

Inquieto, curioso, lleno de vitalidad y con unas manos que no dejaban de bosquejar. Así vivió su vida Bofill: con pasión por lo que hacía. No podía entenderla de otra forma. Su arquitectura era siempre el resultado de cómo pensaba y actuaba en su vida, por eso nunca fue igual. Ni tuvo un estilo. O al menos, él decía que no lo tenía. Porque, en definitiva, era nómada, como él: recorría formas a través de la historia sin olvidar la cultura que se tejía alrededor. 

Bofill, considerado uno de los arquitectos más prolíficos de su país, falleció el pasado 14 de enero, tras contagiarse de Covid-19. Consciente de que vivía sus últimos años de vida, partió de este mundo con 82 años de edad en una cama de hospital de su Barcelona natal, para ir a otro lugar que quizás él mismo se haya inventado. 


W Hotel Barcelona. Barcelona, España. 2009

Interior de la Fábrica. San Justo Desvern, España. Bofill adaptó una fábrica de cemento antigua y la convirtió en su estudio de arquitectura.

Exterior de La Fábrica, sede de Ricardo Bofill Taller de Arquitectura.

Remodelación de la sala de cine de Leningrad. San Petesburgo, Rusia. 2013.

Aoyama Palacio. Tokio, Japón. 1999.

Les Colonnes de Saint-Christophe. Cergy-Pontoise, Francia. 1986.

Les Temples du Lac. Saint-Quentin-En-Yvelines, Francia. 1986.

77 West Wacker Drive. Chicago, Estados Unidos. 1992.



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