La tierra las unió y moldeó como colectivo. TRAMA -siglas que responden a Territorio Refugio Alfarero de Materialidades Atemporales-, articula las miradas, los pensamientos y sentimientos, los conocimientos y las experiencias de siete alfareras que desarrollan su producción artística en territorio paraguayo.
Texto: Micaela Cattáneo
Fotos: Gentileza de las entrevistadas
Foto por Laura Iparraguirre.
Leila Buffa, Gisela Rainero, Virginia Barberis, Verónica Fernández Torales, Ayelén Van Humbeeck, Valentina Coscia y María Paz González Mendoza habitan esta comunidad honrando el acto de encontrarse, buscando inspiración juntas, compartiendo saberes y procesos, colaborando artísticamente, gestionando espacios para dar a conocer su trabajo y, sobre todo, cuidándose entre ellas.
Muchas integrantes del colectivo se conocieron aprendiendo técnicas ancestrales en los talleres de cerámica que imparte Leila. Asimismo, fueron forjando amistad y compañerismo en ferias y actividades donde exponían sus piezas. “Consideramos la idea de agruparnos porque estábamos todas haciendo lo mismo y en el mismo contexto”, explica Virginia sobre cómo inició este proceso.
Organizarse como TRAMA fue la respuesta que encontraron para fortalecer su práctica artística; en lo económico, como alternativa a sus gestiones propias, y en lo emocional, como sostén, como una red de apoyo, contención y seguridad. “Es un oficio que requiere cuerpo y presencia”, comenta Ayelén. Y su compañera, Virginia, la sigue: “Es de por sí un oficio comunitario, se necesita comunidad para hacerlo”.
Foto por Laura Iparraguirre.
Si bien cada una desarrolla una identidad en sus formas de moldear la arcilla, todas están atravesadas por un lenguaje en común. “Trabajamos técnicas en torno al horno y la quema a cierta temperatura. Los moldeados están hechos con nuestras manos y nuestros cuerpos, no hay maquinarias de por medio”, explica Virginia.
“Nunca quemamos las piezas solas, nunca llenamos un horno solas. Salimos a recolectar madera, generalmente de los cajones de frutas. Separamos y seleccionamos las maderas que nos sirven. La quema dura entre cuatro a cinco horas, por eso nunca es un proceso solitario”, agrega.
Sobre el punto, Ayelen comenta: “Somos tecnologías ancestrales. Son muchas las posibilidades que nos da esta técnica. Y queremos seguir profundizando en ella”.
El proceso de la quema de piezas se realiza siempre en comunidad. Generalmente, utilizan un horno de tiro directo para leña, que está ubicado en un espacio fijo. Sin embargo, en algunas ocasiones, montan un horno efímero, sobre todo cuando tienen una producción más grande. Foto por Vero Fernández.
Todas recolectan madera de la calle y la rompen juntas antes de empezar la quema. Foto por Vero Fernández.
Las quemas pueden durar entre cuatro a cinco horas, por lo tanto, se turnan para cargar y controlar las piezas que ingresan al horno. Foto por Vero Fernández.
Antes de iniciar la quema, enciman las piezas en el horno. La quema inicia con un fuego lento y, con el paso de las horas, la intensidad aumenta hasta que sube por la chimenea. Cuando las piezas adquieren el color que buscan, las extraen con pinzas. Y aún a altas temperaturas, las sellan con cera de abejas. Foto por Vero Fernández.
Explorar en comunidad
En abril de este año, realizaron su primera exposición como colectivo en el Centro Cultural del Lago, en Areguá. Titulada Cómo hacer de un TERRITORIO un REFUGIO, explora las primeras dos palabras que conforman TRAMA. “La idea es seguir con muestras que aborden todos los conceptos hasta completar el nombre”, señala Virginia.
En esta primera etapa, reflexionaron en torno a “territorio” y “refugio”, resignificándolos o reinterpretándolos a partir de su ejercicio artístico: la alfarería. “Entendemos que territorio no es este límite geográfico que nos marcan, sino que somos nosotras, con nuestro bagaje, lo que traemos encima y nuestros cuerpos”, afirma Virginia.
Con esta idea como horizonte, brotaron otros temas en el camino creativo hacia las piezas. Internamente, realizaron una dinámica que las ayudó a conectar con otras imágenes y palabras sobre el tema. Asimismo, incorporaron elementos que están presentes en su quehacer artístico, como el agua, el aire y el fuego.
Además, trabajaron juntas en la creación de una pieza que comunica su mirada sobre el cuerpo como primer territorio. Che yvy che rete se construye con varias ollas en dirección vertical, conteniéndose unas con otras, una figura representativa del colectivo, una forma de hacer poesía con barro, alma y humanidad.
Pieza colectiva. Foto por Laura Iparraguirre.
“El colectivo tiene distintas maneras de ser un sostén para nosotras: la posibilidad de vincularnos, hablar y pensar la práctica, trabajar juntas, habitar este espacio como un laboratorio de experimentación, entre otras. Es un refugio. Trabajar en colectivo es la mejor alternativa para otros mundos posibles”, concluyen.